Una desgracia con suerte


Una desgracia con suerte

Ya era el quinto sábado que salíamos a Shansi, la noche estaba ideal, era parecida a aquella noche que salimos a Over Lake, ¡Que buena noche esa!, pasaba por mi cabeza todo el tiempo. La cantidad de personas de todos lados que habían asistido a ese evento, fue realmente maravilloso. Gente gritando por todos lados, corriendo desnudos para tirarse al lago, ya se había descontrolado toda la fiesta, las personas festejando y divirtiéndose; me hacía acordar mucho a esa tarde cuando fui a  la cancha a ver al más grande de toda Córdoba, Belgrano, ¡Te amo Pirata querido!, jugaba la final contra Talleres, que palizón que metimos ese día. El Luifa Artime, se llevó el partido, ganó solo el clásico, tres golazos inolvidables. Victoria inigualable para la B. El cielo estaba todo blanco, lleno de nubes, se había convertido en la bandera del más grande de Córdoba, los fuegos artificiales de colores celestes habían hecho lo suyo, decorado absolutamente todo, haciendo que sea una de las tardes más hermosas para el Pirata Cordobés.
Corría una pequeña brisa, eso me indicaba que iba a ser una noche de victoria, sentía que el viento me decía; Luis esta va ser tu noche. Eran las 18:30 horas, en el centro no había nada de gente, por lo tanto nadie visitaba el kiosco. Pero no me importaba mucho, ya cada vez faltaba menos para salir a Shansi. El punto de encuentro era acá, los chicos solían decir, nos encontramos en “Pepa, un antojo a la fiesta”, y así era, las mejores noches siempre nacían saliendo de este lugar.
Se aproximaba el horario de salida, faltaban cinco minutos  para las 22:00 horas, y los chicos iban llegando de a poco, el primero en llegar fue Oscar, como le gustaba la joda a ese personaje. El 504 ya estaba preparado, todo limpio, todavía se le sentía el olorcito a nuevo. Fue una de la herencia que me quedaba de mis viejos, así que lo cuidaba mucho. Cada vez que me subía me acordaba de todos los consejos que me decía mi papá; no tomar cuando salgas, no andes fuerte, no te dejes influenciar por tus amigos, si uno te dice “Dale cagon anda fuerte” ese no es tu amigo.
Sacamos del negocio un fernet y una coca, no podía faltar. ¡Una noche sin fernet no era una noche!, gritábamos con la banda mientras ponía en marcha el auto. Ya rumbo Almafuerte, íbamos preparando esos fernetsitos y tomando arriba del auto. Oscar era el que los preparaba, tenía un don para hacer esa mezcla, le salía tan rico que nadie lo tomaba si no era preparado por él. Llegando al lago de Almafuerte, nos encontramos a un grupo de mujeres, ahí nomás frene el auto y bajamos a hablarles. Le convidamos un vaso de la obra de arte de Oscar. Rasputin ya estaba a los besos con una del grupo, era muy picante con las mujeres, tenía una parla y un encare que no era normal. Nosotros siempre lo cargábamos, porque no eran muy lindas las mujeres con las que se veía, pero algunas eran tan hermosas, que no lo podíamos creer. Él no era un tipo fachero ni mucho menos presentable, pero era muy entrador en lo que le beneficiaba y lo hacía superior a todos nosotros, en ese sentido. Le preguntamos a las chicas, si querían venir a embalse con nosotros, a lo que respondieron  que no de una manera muy amable, que se tenían que volver a sus casas porque ya era muy tarde. Entonces, las cargamos en el auto y las llevamos cada una a sus casas. Adentro del auto éramos 8 personas, los besos entre todos iban y venían, el vehículo se había convertido en una zona de besos. Dejamos a la última chica en su hogar, y partimos para Embalse.

Llegando a Embalse, nos dirigimos para el club náutico donde ahí se encontraban todas las personas que iban a ir a la fiesta. Faltaba poco para llegar a la zona de los veleros, me hacía acordar mucho a mi familia porque cada vez que pasábamos por allí, frenábamos y nos quedábamos viendo. Tomábamos mates y conversábamos, esperando a que sea la hora para que los veleros se pongan en marcha así despegaban por el hermoso lago. Siempre que íbamos el agua estaba cristal y el lago planchado, era tan hermoso ver como esas bestias flotaban por el agua sin hacer ruido. Me relajaba tanto.
Llegando a los veleros, íbamos a una velocidad fuera de lo normal, 110 km era lo que marcaba mi velocímetro, entrabamos las curvas coleando, curvas contra curvas con una velocidad de un alto riesgo. Oscar me gritaba; ¡Dale, dale cagon acelera, escucha como chillan las gomas!, y todo lo que me decía mi viejo siempre cuando me subía al auto, parecía que me lo hubiese dicho al vicio, o tal vez me lo dijo porque sabía lo que podría suceder. Me olvide de todo, absolutamente de todo y le hice caso a los gritos de mis amigos, y no me acorde de las palabras de mi viejo. En la tercera curva, el auto ya no doblo, mejor dicho yo no lo doble por el exceso de velocidad, y nos estampamos con la montaña, una piedra gigante que había. Ahí nomás el auto se levantó de punta, dio dos vueltas, y cayo con el techo en el asfalto, por suerte no nos caímos al lago.
Alcanzamos a salir los cuatro por las ventanas, Oscar estaba en el asiento delantero, desmayado, no reaccionaba, me asuste y lo primero que pensé fue en que lo había matado. A los segundos reacciono, solo había sido un pequeño golpe. Me mire la mano derecha, tenía prácticamente tres dedos colgando, sangre chorreando a lo loco, era un mar de sangre lo que se encontraba en el piso. El vidrio delantero había explotado, y me corto todas las manos. El 504 quedo dado vuelta en el medio de la ruta, había tapado los dos caminos para poder seguir transitando. Nos alejamos del auto por miedo a que se prenda fuego por la nafta. Atrás nuestro venía un chico adolescente, de nuestra misma edad, tenía un Ford Falcon. Se acercó a nosotros y me dijo, vení vamos al hospital acá de Embalse, y a pesar de que sangraba, no perdí el conocimiento y le pedí que nos llevara a Rio Tercero, a la clínica regional. En todo el camino me preguntaban si me dolía, a los que yo respondía; no siento nada, ni un poco de dolor, prácticamente no siento mi mano derecha.
Al llegar a Rio Tercero, nos atendieron las enfermeras, llamaron al doctor Caho, y le dijeron que tenía que apuntar unos dedos. Yo me empecé a asustar mucho, si mi viejo hubiese estado ahí me mataba por no haberle hecho caso, no haberlo escuchado. Y ahí me di cuenta que realmente hay  que hacerle caso a la sabiduría de los padres porque ellos han pasado mucho más tiempo y saben cómo adelantarse al peligro. Gracias a dios el movimiento de mi mano la tengo como si no hubiese pasado nada; “Una desgracia con suerte”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿COMO JUGAR AL TRUCO?

"El Matadero"

Los Sapos de la memoria- Graciela Bialet